sábado, 31 de diciembre de 2016



Lucas 4, 1-14:

 Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto,
 durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre.
 Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.»
 Jesús le respondió: «Esta escrito:  No sólo de pan vive el hombre.»
 Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra;
 y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero.
 Si, pues, me adoras, toda será tuya.»
 Jesús le respondió: «Esta escrito:  Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.»
 Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo;
 porque está escrito:  A sus ángeles te encomendará para que te guarden. 
 Y:  En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»
 Jesús le respondió: «Está dicho:  No tentarás al Señor tu Dios.»
 Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.
 Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región.

                Nos encontramos con una página de los Evangelios muy rica, desde todo punto de vista: humano, psicológico, bíblico, teológico, espiritual, existencial. Aunque, con que se diga teológico, ya encierra todas las connotaciones que intentamos separar. Porque, lo teológico, es teológico, precisamente, por es de valor universal, sobre todo, humano. No se opone humano a teológico. Lo teológico, está en función del hombre. Luego, no se opone. Lo confirma y lo revaloriza. El valor de los opuestos, como ya referíamos (véase página 84).
         Haremos otro tanto, como hasta ahora. Sigue en pie nuestra metodología y que nos ha dado tantos beneficios. Esa será nuestra bandera, como siempre. Preguntas, y, más preguntas, y sin temor de preguntar. ¿Qué mal hacemos? Todo lo contrario. El día en que al ser humano se le acabe la pregunta, deja de ser humano, como nos lo dice Karl Rahner, y, también, algunas Encíclicas de la Iglesia, como, El Esplendor de la Verdad, porque pierde el horizonte y el sentido de su existencia, que no es, otra cosa, que pregunta.

Datos de resaltar del extracto escogido y sus respectivas preguntas:

a)     Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto...


Jesús, lleno de Espíritu Santo. Siguiendo el recorrido del Evangelista San Lucas, se sobre entiende, porque antes había sido bautizado por Juan. El Evangelista resalta ese detalle y lo refiere, justo, antes, de las tentaciones.
Aquí, surgen de inmediato, las preguntas: ¿O, sea, que antes, Jesús, no tenía el Espíritu Santo? ¿El Espíritu Santo, que descendió sobre Jesús, en forma corporal, como una paloma, como nos los refiere el mismo Evangelista (cfr. Lc. 3, 22), estaba condicionando a Jesús, para el antes y el después?
Si comparamos con los paralelos, es decir, Mateo 3, 13-17 y Marcos 1,9-11, encontramos una diferencia. En Lucas, hace referencia, a que fue engendrado hoy, es decir, en ese momento, pareciera. En Marcos 1, 11 y en Mateo 3, 17: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.» ¿Cuál es la diferencia entre esas dos maneras de presentar el mismo acontecimiento del bautismo en el Jordán, y de la voz del cielo? En la de Lucas, pareciera, que es en ese momento, que es engendrado, y en los otros dos, ya era el Hijo, amado, y, en quien se complace. ¿Entonces, era, ya, el Hijo, o, en ese momento, es que se engendra? Pareciera, hacerse una diferencia. La diferencia pareciera estar en el recurso escriturístico, que utilizan en cada caso. Lucas, utiliza el salmo 2,7, en donde aparece la idea del Siervo; mientras que San Mateo y San Marcos, utilizan como fuente de referencia a Isaías 42, en donde aparece la idea de Rey (cfr. la nota que hace la Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, del año 1975, al respecto, p. 1463). En el Evangelio de San Juan la referencia es de Juan el Bautista (Jn. 1, 29-34):

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
 Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.
 Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.»
 Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él.
 Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.”
 Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.»

b)    Era conducido por el Espíritu en el desierto...



Este detalle es muy importante resaltarlo: conducido... en el desierto.
     ¿Dónde suceden las tentaciones? En el desierto. ¿Por qué en el desierto, y, no, en la ciudad? ¿Es que en la ciudad no hay posibilidad de tentaciones, sí, es, que quería pasar por las tentaciones? ¿Y, si en la ciudad, o sitio poblado, no hay posibilidad de tentaciones, entonces, por qué se va, justo, al desierto?
     ¿Qué significa, en clave bíblica y teológica, el desierto?
     ¿Tenía, Jesús, necesidad de irse al desierto? ¿Y, sí tenía necesidad de irse al desierto, qué iba a hacer? ¿El desierto, no es, precisamente, eso, desierto? ¿A hacer, qué? Esto puede servirnos como clave. Resaltémosla. Pueda que aquí esté la clave. No se sabe. Pero, hay contradicción, aparentemente. Pero, en esa aparente contradicción, ¿no se irá a repetir la teología de los opuestos, como habíamos descubierto, anteriormente? ¿Será opuesto desierto a ciudad? ¿Habrá, justo, ahí, una teología de los opuestos?
     ¿O, será, más bien, desierto-tentación, como uno de los opuestos, implícitos en la Biblia?

El caso es que Jesús era conducido por el Espíritu en el desierto. Sin embargo, surge un detalle interesante, según se desprende del relato y de la frase entresacada: Jesús, estaba en el desierto. Pero, no estaba sólo. Tenía la conducción del Espíritu. Entonces, no estaba tan sólo. Le acompañaba el Espíritu. No eran tan desierto, el desierto, para Jesús. Tenía compañía. Nada, más, y, nada, menos, que el Espíritu Santo. Así, cualquiera se retira al desierto, se podría alegar.
     ¿Significa, entonces, que se puede ir al desierto, con todo y todo, siempre y cuando se sepa que se cuenta con la asistencia del Espíritu Santo?
     ¿Qué significa contar con la asistencia del Espíritu, justamente, en el desierto? ¿Qué significa conducido por el Espíritu? ¿Qué estará diciendo el Evangelista con esa frase de conducido por el Espíritu en el desierto?
     ¿No habrá implícita una aplicación de los opuestos, y que nos ha sido tan útil haberlo descubierto, en esa frase del evangelista? ¿Un opuesto, no será, conducido-dejado? ¿Entonces, no estará implícito en conducido, su opuesto, es decir, dejado, abandonado? ¿No estará implícito otro opuesto en conducido-desierto? ¿Sí, se está conducido, ya no se está tan desierto, el desierto; o, sí?
     Tal vez, ahí, está la clave. Tal vez.
     ¿Qué se entiende por el Espíritu, en el entresacado que hemos hecho de San Lucas? Hagamos todas las preguntas posibles a por el Espíritu: ¿Quién conduce a Jesús? El Espíritu. Estamos claros. Pero, ¿qué es el Espíritu o quien es el Espíritu, a quien representa?

1)     El Bautismo en el Jordán, ayuda y la clave de la interpretación:


     Si tenemos presente las diferencias entre los tres evangelistas, respecto del bautismo de Jesús; Jesús, recibe el Espíritu en el bautismo en el Jordán. Y la voz que sale del cielo confirma y afirma que Jesús, es el Hijo amado, tanto en la metodología de los autores, ya siervo, ya Rey. Si tenemos en consideración ese detalle, ahí, está la clave para entender, quién es el Espíritu, o qué representa: es la confirmación de que Jesús es el Hijo amado, en quien se complace el Padre: yo te he engendrado hoy, dice San Lucas. El Espíritu tiene esa finalidad: confirmar al Hijo, por la voz del Padre. El Espíritu, en sí, como tal, hubiera quedado incompleto, si no lo confirma la voz.
     Estamos en un punto muy delicado. Incluso, justo, para cometer una herejía, o, mantenerse en el dogma de la fe de la Iglesia. Un paso en falso, y nos queman en la hoguera, por decirlo, de alguna manera. Pero, no hay de qué temer, porque estamos ajustados a la fe de la Iglesia, a la que nos sometemos, con sumisión de fe.

2)     El Espíritu: clave:


     Entonces, el Espíritu se convierte, desde entonces, en la confirmación del Hijo por el Padre, justamente, en el Bautismo, según la mentalidad de los evangelistas. El Espíritu, no es otra cosa que la confirmación, y, con ello, la plenitud del Padre en el Hijo por el Espíritu. Por lo menos, desde las perspectivas de los Evangelios, en el caso concreto del Bautismo en el Jordán. Y, esto es, pura teología bíblica, en el caso concreto del bautismo, según los Evangelios. Desde entonces ya no se puede hablar del Padre, del Hijo y del Espíritu, por separados, porque quedó confirmado en el Bautismo en el Jordán, que son una misma realidad: el Hijo confirmado y ratificado por el Padre en el Espíritu. El espíritu es la conexión existente entre el Padre y el Hijo, y, desde, entonces, ya el Espíritu no puede separarse, ni entenderse, sino con el Padre y el Hijo, pues es su confirmación.
     ¿Y, para qué todo este rodeo? Pues para poder comprender la afirmación del Evangelista San Lucas, al decir, justo, antes de las tentaciones, que Jesús, era conducido por el Espíritu en el desierto. Y, es clave, porque, al preguntarnos quién es el Espíritu, tenemos que decir, que la confirmación del Padre en el Hijo, que era conducido en el desierto. Con más razón, para sostener, que no estaba sólo; más, aún,  también estaba el Padre.
     Hasta aquí, hemos avanzado bastante, y, todo, desde los hallazgos. Que ya lo habían hecho los teólogos. Pues, sí. Pero, para nosotros, pareciera una novedad. Y, lo más sabroso, es que nos suena como si lo hubiésemos descubierto nosotros. Por eso, que adquiere la nota de que sea nuestro, aunque, es la herencia de la fe la Iglesia. Pero, no nos quiten el sabor de sentirnos descubridores de mundos nuevos, aunque, no lo seamos, en verdad.
     ¿Qué representa, desde nuestros hallazgos-descubrimientos, el Espíritu? La confirmación del Hijo por el Padre. Muy bien. ¿Pero, esa confirmación está en función de qué o de quiénes? ¿En función del Padre, y, eso, para qué, en qué se beneficia? En caso de beneficiarse. ¿Cuál es su beneficio y provecho? ¿Se beneficia el Hijo, en qué, y, para qué, en caso de beneficiarse? Igual se aplica al Espíritu. ¿En qué se benefician? Y la respuesta la encontramos en el mismo evangelio de San Lucas: en que la gloria a Dios, está, en que el hombre tenga paz, como ya habíamos analizado en un capítulo anterior. Paz, que se personifica en el Hijo, precisamente.

3)     Conducido por el espíritu: cumplimiento del auténtico sentido de historia:


     ¿Entonces, cuál es el sentido de conducido por el Espíritu, que nos tiene hasta el fondo, en este análisis?
     Diera la impresión de que esa frase está haciendo referencia al sentido auténtico de la historia. No al sentido histórico de la historia, que sería la sucesión cronológica, sino, al sentido teológico de la historia, más, aún,  del sentido teológico-histórico de las Sagradas Escrituras. Sí. A eso.
     Ya, en el hecho teológico del bautismo de Jesús en el Jordán, se está confirmando el sentido teológico de la historia de las Sagradas Escrituras. El Padre confirma (el Espíritu) en el Hijo su plan de salvación para el hombre. Allí, queda plasmado que se trata de la historia teológica: para que el hombre tenga paz. La paz, es el culmen de la historia. Y, esa paz, ya ha empezado. Por eso, el anuncio del ángel a los pastores y las alabanzas de la multitud celestial del Evangelio, precisamente, de San Lucas.
     Se está cumpliendo el sentido teológico de la historia de la Salvación, no de Dios solo, sino del hombre-Dios, como ser, también histórico, y, también, teológico. Y, así, sin saberlo, vuelve a hacerse presente en nuestros descubrimientos, la aplicación de un otro opuesto: historia-teología; existencia-teología; confirmación-historia. Ya no como opuestos, en el sentido estricto, sino como complementarios, como habíamos descubierto que tenía el valor de los opuestos, desde nuestros análisis.
      Y, así, la sospecha que habíamos colocado de la existencia de un supuesto opuesto en espíritu-desierto, pasa, ahora, a la confirmación de la existencia definitiva de ese opuesto: desierto-conducido; desierto-guiado, con un carácter maravilloso del auténtico sentido de la historia. Porque, hay, allí, justo, allí, en esa afirmación del Evangelista San Lucas, una confirmación de la historia-historia e historia-teología, adquiriendo, con ello, la historia, un valor único y sorprendente.
Precisamente, por la conducción del Espíritu.
     Entonces, se entiende, la afirmación del Evangelista: Jesús era conducido por el Espíritu en el desierto. Precisamente, porque el Espíritu es la confirmación de la historia, y, con ello, de la teología, en donde historia y teología, no se oponen, sino que se complementan.
     Y, es, entonces, que en el desierto, Jesús, no puede caer en las tentaciones, porque está siendo conducido por el Espíritu, es decir, por la confirmación de la historia Dios-hombre, teología-humanidad. Y, no puede caer, porque, Jesús, no había perdido la comprensión de la historia, pues contaba con la confirmación, que se daba, precisamente, por el Espíritu.
     Sólo, así, se entiende el relato del bautismo de Jesús en el Jordán, y, con ello, implícitamente ligado y unido el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto.
     Jesús confirmaba la historia del Padre. Y, con ello, queda ya la fórmula de la Trinidad: Jesús-confirmación-Padre; o, en términos más elevados: Hijo-Espíritu-Padre, independiente-mente de cómo se barajé, la posición del Padre y del Hijo. No importa, el resultado es el mismo: la historia. En donde el Espíritu, definitivamente es la clave de la confirmación, o la confirmación misma.
     Tenemos que volver a la cita que nos tiene tan entusiasmados para re-leerlas desde los descubrimientos hechos. Verán, que, ahora, tiene otro sabor y otro sentido, quizás, el auténtico:
Lucas 4, 1-14:

 Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto,
 durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre.
 Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.»
 Jesús le respondió: «Esta escrito:  No sólo de pan vive el hombre.»
 Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra;
 y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero.
 Si, pues, me adoras, toda será tuya.»
 Jesús le respondió: «Esta escrito:  Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.»
 Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo;
 porque está escrito:  A sus ángeles te encomendará para que te guarden. 
 Y:  En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»
 Jesús le respondió: «Está dicho:  No tentarás al Señor tu Dios.»
 Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.
Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región.

         Las tentaciones, como tal:


         Ya, para qué nos vamos a dedicar a las tentaciones, si todo quedó aclarado. Jesús, con el auténtico sentido de la historia, por la conducción del Espíritu, las superó. Sí estaba claro de lo que quería, porque lo quería el Padre, confirmado en el Espíritu, está de más conjeturar porque ya la verdad está esclarecida. Su claro sentido y conocimiento de la historia, también su historia, porque era la historia del mundo-Dios, Dios-hombre. Ya lo teologizaba-humanizaba el Evangelista San Mateo 1, 23: “Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre “Emmanuel”, que traducido significa: «Dios con nosotros.»
            De todas maneras para no quedar como desagradecidos, refiramos, solamente, las tentaciones, sin entrar en detalles, pues quedó todo iluminado por el análisis que se hizo: 

Sintió hambre (primera tentación):


 Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.»
 Jesús le respondió: «Esta escrito:  No sólo de pan vive el hombre.»

El poder (segunda tentación):


 Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra;
 y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero.
 Si, pues, me adoras, toda será tuya.»
 Jesús le respondió: «Esta escrito:  Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.»

Tercera tentación:


 Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo;
 porque está escrito:  A sus ángeles te encomendará para que te guarden. 
 Y:  En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»
 Jesús le respondió: «Está dicho:  No tentarás al Señor tu Dios.»
 Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.

              En todas, y, cada una, tenía claro el sentido de la historia. Sabía a qué venía: a cumplir la historia. La teología-humanidad; Dio-hombre; paz-hombre. El evangelista, al final, sin embargo, deja abierta la posibilidad de otra tentación: hasta un tiempo oportuno: en el Huerto de los Olivos, vísperas de la Pasión, Muerte, Resurrección. Otro opuesto: muerte-resurrección.
     La misma manera de terminar el relato tiene una teología de los opuestos: ahora-después (acabada-tiempo oportuno).

Aplicación teológica-histórica para nuestras vidas de las tentaciones de Jesús en el desierto:


                La diferencia entre Jesús y nosotros, está, en que, nosotros, sí perdemos el sentido de la historia. Perdemos el sentido del pasado y del futuro. Perdemos nuestro sentido del ayer, y, con ello, el de mañana. El presente está representado por cada ocasión. Y, es, en el presente, justamente, ahí, donde se nos pierde el sentido de nuestra historia. Y, es, cuando, entonces, se nos presenta el cambio de rumbo, de brújula, de situaciones. Se nos olvida mirar atrás, donde está el sentido de nuestra auténtica historia. Y, chupulún, los problemas en que nos metemos. Entonces, los lamentos y ayes.
         ¿Dónde está el problema? Nuestro sentido de la historia. Nuestras amnesias respecto a nuestro ayer, en donde se hicieron grandes o pequeñas decisiones u opciones. Ahí, está la diferencia.
         Sin embargo, para consuelo, miremos la parábola del trigo y de la cizaña, que analizamos en un apartado anterior. ¡Qué reconfortante, entonces, esa parábola!
         Es, entonces, cuando este libro se convierte en especial, con su gran descubrimiento de las riquezas teológicas. ¡Cómo negar, pues, que vale la pena que perdamos el tiempo, en esta pérdida de tiempo!
         Como es evidente que Jesús no perdió el sentido de la historia, y con ello, de la suya propia, y, no podía perderla, desde nuestros análisis; pero, como, también es evidente, que nosotros, sí la perdemos, reconfortémonos con los mismos detalles de las tentaciones, relatadas por el Evangelista San Lucas, teniendo en cuenta algunos elementos de utilidad, como los siguientes:



1)     El desierto:

    
¿Dónde suceden las tentaciones? En el desierto, nos refería el Evangelista San Lucas. ¿Qué se puede entender por en el desierto?
         Ya la palabra lo está diciendo: en nuestras necesidades, en nuestras carencias, en nuestros momentos “de estar necesitados de”. Por ahí nos va a venir. Justo por ahí. Cada cual las sabe: tal vez de pan.
         ¿Qué se podría entender por pan? Lo que nos alimenta, definitivamente. ¿Y, qué nos alimenta? Por un lado, el pan material, propiamente, dicho. Pero, por otro, los otros panes: el afecto, la seguridad, la estima, la alegría, la diversión, el ser tomados en cuenta, el sentirnos importantes, la familia... Por ahí, se nos asoma el desierto, y, por ahí se nos puede ir la pérdida del sentido de la historia.

2)      Lleno de Espíritu Santo,  era conducido por el Espíritu en el desierto...


Habíamos dicho que el Espíritu es la confirmación en el Hijo por el Padre. Tal vez, aplicado a nosotros, desde las perspectivas del Evangelista San Lucas, esa constante confirmación de nuestra historia, de nuestro ayer, que será el mismo mañana, nos ayudará, a no perder el auténtico sentido de nuestro presente histórico. Mirar atrás, de vez en cuando.
¡Oh, perdón! Estamos dando recetas. No es nuestra tarea. Para eso existen tantos libros de psicología práctica y vivida que abundan por todas partes.
¡Perdón!
Nuestra tarea era hacer teología. Más de ahí, es perder, justamente, la perspectiva
¡Epa, pues!

Terminemos con la parte final del mismo Evangelista analizado en este capítulo: Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.
No es muy halagador que digamos. Pero, es. Y que nos asista, igualmente, el Espíritu, para confirmar, precisamente, cuando estemos en la tentación del Huerto de los Olivos, que es donde se volvió a presentar la tentación a Jesús. Sin olvidar, que todo termina y se completa, nada, más, y, nada, menos, que en la Cruz.

¡Que el Espíritu nos asista!
Amén.

¿Y, sí nos vemos envueltos en la tentación y sucumbimos?

Tenemos a Pedro y a Judas Iscariote, como modelo y ejemplos teológicos-humanos. Pedro, no perdió las perspectivas y volvió a su camino. ¿Judas Iscariote? Ahí, la diferencia.

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