Mateo,
5, 13-19:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la
sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser
tirada afuera y pisoteada por los hombres.
«Vosotros sois la luz del mundo. No puede
ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen
debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Brille así vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los cielos.
«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he
venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra
pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.
Por tanto, el que traspase uno de estos
mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en
el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será
grande en el Reino de los Cielos.
Los
descubrimientos son la referencia del progreso:
¿Qué sería de
nuestra civilización si el hombre no hubiese hecho los grandes descubrimientos
que ha realizado en su transcurrir por la historia? ¿Qué estuviese pasando con
nuestras relaciones humanas si el hombre no hubiese descubierto-inventado el
fuego, la rueda, la pólvora? Algunos son descubrimientos, otros son inventos.
¿Qué estuviese pasando? Otra historia de la historia sería, por supuesto. Pero,
¿cómo sería nuestros comportamientos, más animales, más civilizados? ¿Mas, qué;
menos, qué? Otra historia sería la que se contara.
No se puede
negar los beneficios de los inventos-descubrimientos realizados por el hombre.
Y, esos hallazgos-encuentros, han determinado el transcurrir de la historia del
hombre, para bien, o para mal. Más para bien.
Esos descubrimientos-inventos
se han convertido en el punto de referencia obligada para la historia. La han
determinado. Al punto de que se habla de un antes de y de un después
de, como puntos de referencias, porque han permitido el cambio de
comportamientos y de maneras de concebir, re-concibiendo la historia, cada vez,
con cada cosa nueva. Se revierten a favor del hombre.
Igual,
nosotros, en este libro. Hemos realizado nuestros descubrimientos. No se ha
inventado nada, por supuesto. Solo se trata de descubrimientos. Y, esos
nuestros descubrimientos, nos marcan y nos transforman, como tiene que ser todo
nuevo descubrimiento-hallazgo.
Así, hemos
descubierto la realidad de los opuestos. Al punto que pareciéramos que somos
los únicos que lo hemos descubierto. Igual, sucedió con la pólvora y la rueda,
ya los chinos las estaban trabajando y utilizando desde hacía mucho tiempo. No
era nada nuevo, aunque poco conocidos.
También
nosotros. Hemos descubierto la existencia teológica-humana de los opuestos. Y,
pareciera, que somos los primeros. Ya sobre este camino están andando muchos.
Pero, para nosotros, es nuevo. Pareciera.
Y nos ha
determinado. Tanto nos ha determinado que no hemos hecho otra cosa que
utilizarlo desde que lo descubrimos. A cada momento hacemos referencia a ese
hallazgo, que pareciera nuestro. Pero, ya los chinos estaban utilizando la
pólvora y la rueda desde hacía mucho tiempo. Otro tanto, nos está
sucediendo con la aplicación del sentido teológico-histórico de las tentaciones
de Jesús en el desierto. No hacemos otra cosa que acudir a lo que para nosotros
es nuestro hallazgo. ¿Nuevo? Para nosotros; si.
Tanto nos ha
determinado, que, ahora, no sabemos mirar los textos de los Evangelios, sino
desde esa manera nueva, aparentemente, para nosotros. ¿Otros ya lo han hecho?
Sin duda. Pero, déjennos, disfrutar y determinar de nuestros propios hallazgos.
En eso consiste la satisfacción de saberse y sentirse descubridores. Por lo
menos, déjennos morir con el engaño, que nos está haciendo tanto bien.
“Vosotros sois la sal de la tierra...” y su aplicación teológica, desde
nuestros hallazgos:
Todo se ilumina
desde los descubrimientos. Hay un antes y hay un después. La historia cambia,
desde ese momento histórico. Se crea una línea divisoria entre el antes y el
después: lo que se descubre en concreto. Desde, entonces, lo descubierto se
aplica para todo y en todo. Se pone de moda.
Está de más
decir, que se nos ha convertido de moda, para nosotros lo que hemos
descubierto. Se viene aplicando. Tal vez, con exageración. Pero, la moda, no es
otra cosa que una exageración en el uso de cualquier cosa nueva, hasta que no
crezcamos para saber descubrir su uso y su utilidad, y sepamos darle el justo
valor. Para eso se requiere tiempo.
Los beneficios
de las modas, el uso de lo nuevo, están en que nos ayudan a facilitar las cosas
que antes se nos eran fatigosas. Los celulares, por ejemplo. Se pusieron de
moda y había que tener uno para estar a la par con los aconteceres modernos de
la historia. No usarlo, era, estar en el antes. Todos tenían uno. Al paso del
tiempo, los celulares, ya no eran moda, sino una necesidad. Nos han facilitado
muchas cosas que antes nos tomaba días, tiempo y fatiga. ¿Quién no tiene uno,
por ejemplo? ¿No lo ha determinado y transformado? Eso requiere algunos
sacrificios para mantenerlo activo, pero es el costo de la actualización y de
sus beneficios. Igual, con las computadoras.
Eso mismo se
aplica con nosotros.
Apliquemos la
moda, que no es otra cosa que el uso de los nuevos adelantos, que en el caso
concreto, son los contenidos descubiertos en las páginas anteriores de este
libro.
¿Qué hemos
descubierto? La aplicación bíblica-teológica de las riquezas de los opuestos. Y
la aplicación bíblica-teológica del auténtico sentido de la historia. Eso mismo
nos facilitará, y nos está facilitando muchas cosas de la vida, para nuestro
propio beneficio. Nos hará más fácil muchas cosas, como los celulares, las
computadoras, los carros, y un sin fin de cosas nuevas, que, está de más decir,
que determinan y han determinado, al punto, de depender de esos nuevos
hallazgos. Por eso determinan, porque transforman y cambian al facilitar muchas
cosas.
Ese
descubrimiento, apliquémoslo al entresacado que queremos analizar en este
capítulo. Y, que ya, nos está haciendo muy extensa su justificación.
Pero, que se
nos va a hacer muy sencilla, porque sí se le aplica lo descubierto, ya el mismo
entresacado está explicado desde las páginas anteriores.
Apliquemos el
uso del celular: es decir, el uso de lo descubierto-inventado.
Será muy
sencillo: solo marcar el número y esperar respuesta, siempre y cuando haya
saldo. Y a hablar para comunicarnos que es el objetivo del aparato. ¿Muy
sencillo, verdad?
Igual con el
extracto del Evangelio de San Mateo. Tenemos el extracto: el celular. La
condición es que tenga saldo y esté activo, si no, no se hará la comunicación.
Tenemos la necesidad, por eso tenemos el teléfono; tenemos que tener saldo, es
la condición.
Ya tenemos el
extracto: apliquemos la tecnología. Ya tenemos el entresacado. Por sí solo, no
vale, igual el celular. ¿De qué sirve tenerlo si no tiene saldo y está activo?
Apliquemos la tecnología, lo descubierto para nuestro beneficio.
El teléfono: “Vosotros
sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya
no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.”
El saldo, es
decir, la actualización y el saldo: el sentido de la historia que hemos
descubierto que resalta Jesús, y nos hace re-descubrir, según los análisis
anteriores de este libro. Ese es el saldo. Vamos a agotar toda la tarjeta.
Vamos a comunicarnos, que es lo que se quiere. ¿Entonces, para qué el teléfono
y para qué el entresacado del Evangelio de San Mateo? Para comunicarnos.
Y la
comunicación tiene que ser muy fácil. Y es. Ya que si se aplica el sentido de
la auténtica historia descubierto en las tentaciones de Jesús en el desierto y
ratificado en la alianza de los herodianos y lo fariseos, Jesús, nos está
diciendo, en el entresacado de San Mateo, que no olvidemos el sentido de la
historia. Por eso nos está diciendo que “Vosotros sois la sal de la tierra”.
Pero ser sal conservando las características de la sal. De lo contrario, “mas
si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que
para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”.
¿No estará
diciendo el Evangelista, que Jesús, nos está recordando que no se puede perder
jamás el sentido auténtico de la historia? Pareciera.
Y si se sigue
con la idea de la aplicación de lo descubierto, ¿no queda clarita la interpretación,
que ya de por sí, nos resulta fácil?
¿Lo hemos
descubierto nosotros? No. Pues ya la
Iglesia lo viene aplicando desde hace mucho tiempo. ¿Qué es la Encíclica Christifidelis
laici, si no, aunque teniendo de fondo inicial de relación la parábola del amo
que salió a contratar obreros, a distintas horas del día, concertando con cada
grupo en un denario?
¿O, sea, que
era mejor leer la Encíclica
citada y lo comprendíamos, de una vez por todas? A veces, no es suficiente leer
esos y muchos documentos oficiales de la Iglesia. Es necesario, un poquito más. Muchas
veces esos documentos se leen, y hay que leerlos. Pero, tenemos que reconocer
que nos sobrepasa y no tenemos la suficiente capacidad de entenderlos a
plenitud. Lo que sí es seguro, que ahora, desde estos encuentros muy nuestros,
pero que son viejos, porque son la línea constante del Magisterio de la Iglesia , tal vez, podamos
entenderlos un poquito más. Con toda seguridad volvemos a esos documentos, para
leerlos, de nuevo y otra vez, y, entenderemos muchas cosas que ya estaban
dichas y descubiertas. Se aplica la idea de la pólvora y de la rueda con lo de la China. Esa es la
insistencia al recordar cuando hemos tenido la oportunidad de que no hay
peligro de alejarnos de la auténtica interpretación de los textos, ya, que por
caminos, tal vez, más fatigosos, pero, más gratificantes y satisfactorios,
hemos llegado a lo que ya la
Iglesia ha comprendido siempre. Se habla del sentido
auténtico del Magisterio de la Iglesia. Todos los documentos que de él salen
están enmarcados bajo la línea de la inspiración para su auténtica
interpretación, de la que el Magisterio de la Iglesia , es garante. Y le
asiste el Espíritu Santo.
Tampoco se
trata de negar que a nosotros nos ha asistido. Porque, si no nos ha asistido,
significa que hemos sucumbido en la tentación. Y, por consiguiente, hemos
cambiado nuestra historia, por lo menos, con la de este libro, y, en este
libro.
Pero, la prueba
de que también nos ha asistido, es que llegamos a donde llegamos; y vemos que
ya antes habían pasado, y hacía mucho tiempo. Hemos descubierto lo que ya
estaba descubierto y enseñado en los Documentos oficiales (véase todas las
Encíclicas y todos los documentos oficiales de la Iglesia ).
No hay nada
nuevo.
Apliquemos, al
respecto, la misma enseñanza del libro del Eclesiastés, sobre la realidad de
los opuestos. Pareciera ser que el libro del Eclesiastés es el libro especial
de los opuestos por excelencia, según nuestros hallazgos. Dice el Eclesiastés:
1, 9-10: “Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay
bajo el sol. Si algo hay de que se diga: «Mira, eso sí que es nuevo», aun eso
ya sucedía en los siglos que nos precedieron.”
De allí, que no
está en peligro la fe. Por lo menos, no debería estarlo. Ni siquiera en su más
mínima sospecha. Lo que ha movido ha sido siempre la fe. Nunca su duda, sino su
comprensión. Y, ahora, con elementos convincentes y coherentes para nuestros
limitados entendimientos.
Lo que sí queda
claro, que ahora, los documentos como las Encíclicas, van a tener mejor
comprensión, porque como hemos caminado mucho, tal vez, para llegar al mismo
destino: la comprensión. Con toda seguridad, la Encíclica sobre el
Espíritu Santo, Dominum et vivificantem, va a tener nuevos sabores, porque no
nos habríamos percatado de detalles, que, desde ahora, tal vez, estemos en
alguna poquita más de capacidad. No se sabe. Hay que volver a leerlos. No hay
alternativa. Ahora, es un imperativo existencial para nuestro propio provecho.
No queda, más
que decir y aplicar que la misma metodología aplicada con la comparación del
teléfono, a la siguiente idea del entresacado del Evangelio de San Mateo: “Vosotros
sois la luz del mundo”.
¿Qué decir que
ya no esté dicho? ¿Cómo no aplicar lo que hemos aprendido y encontrado hasta
ahora, a esta cita, y, a todas las posibles citas de los Evangelios?
En el caso de
que apliquemos lo de los opuestos, que nos ha sido tan útil, a esta dos
sub-citas del Evangelio de San Mateo, tenemos que decir y repetir que se dan la
realidad de los opuestos. Veamos: vosotros-mundo (entendiendo por mundo ellos,
los del mundo); vosotros (luz)-mundo (tinieblas). Y en el caso de la sal,
también: sal-tierra, sal-desvirtuar (si pierde sus propiedades).
¿Qué queda de
esas relaciones? ¿Qué se desprende de esas relaciones de esos opuestos
encontrados en las dos sub-citas del Evangelio de San Mateo? Queda: luz, sal de
la tierra, para dar sabor.
¿Y cual es la
permanente? La historia. Ser lo que cada cual es en su rol, sin perder el rumbo
ni el camino.
Vuelve a
repetirse la constante de la historia y de la que Jesús es su constante
referencia en los Evangelios. Y en la que San Mateo, vuelve a insistirnos: “No
penséis que he venido a abolir la
Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento.”
¿Cuál
cumplimiento? La de la historia. En el caso de Jesús, la suya propia, y, en el
caso nuestro, la nuestra. Sólo así se dará fiel cumplimiento a la Ley y a sus Profetas, que no
es abolida, sino confirmada, en Jesús, y, en nosotros. Pero historias que no
son sino la misma: humano-teológico. Porque la grandeza de lo teológico está en
que está, en la relación a los opuestos, como el elemento de la relación.
No es
teológico-teologico. Tampoco humano-humano. No hay opuestos. Y no hay elementos
de relación. Si fuera humano-humano, faltaría la clave, que es la fe. Entonces
se acabarían las posibilidades de las preguntas. El hombre estaría sin sentido
en la historia. Nos libre Dios, de semejante atrocidad (cfr. página 98 y siguientes). Igual si fuese solamente
teológico-teológico: ¿en qué se beneficiaría Dios? Pero la gloria a Dios, no es
otra cosa que el hombre tenga paz. Y la paz del hombre está representada y es
el mismo Jesús, confirmado por el Espíritu como habíamos ya señalado en su
oportunidad (el primer capítulo).
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