sábado, 31 de diciembre de 2016





Mateo, 5, 13-19:

 «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
 «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
 Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos  los que están en la casa.
 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
 «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
 Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.
 Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los  Cielos.

Los descubrimientos son la referencia del progreso:


¿Qué sería de nuestra civilización si el hombre no hubiese hecho los grandes descubrimientos que ha realizado en su transcurrir por la historia? ¿Qué estuviese pasando con nuestras relaciones humanas si el hombre no hubiese descubierto-inventado el fuego, la rueda, la pólvora? Algunos son descubrimientos, otros son inventos. ¿Qué estuviese pasando? Otra historia de la historia sería, por supuesto. Pero, ¿cómo sería nuestros comportamientos, más animales, más civilizados? ¿Mas, qué; menos, qué? Otra historia sería la que se contara.
No se puede negar los beneficios de los inventos-descubrimientos realizados por el hombre. Y, esos hallazgos-encuentros, han determinado el transcurrir de la historia del hombre, para bien, o para mal. Más para bien.
Esos descubrimientos-inventos se han convertido en el punto de referencia obligada para la historia. La han determinado. Al punto de que se habla de un antes de y de un después de, como puntos de referencias, porque han permitido el cambio de comportamientos y de maneras de concebir, re-concibiendo la historia, cada vez, con cada cosa nueva. Se revierten a favor del hombre.
Igual, nosotros, en este libro. Hemos realizado nuestros descubrimientos. No se ha inventado nada, por supuesto. Solo se trata de descubrimientos. Y, esos nuestros descubrimientos, nos marcan y nos transforman, como tiene que ser todo nuevo descubrimiento-hallazgo.
Así, hemos descubierto la realidad de los opuestos. Al punto que pareciéramos que somos los únicos que lo hemos descubierto. Igual, sucedió con la pólvora y la rueda, ya los chinos las estaban trabajando y utilizando desde hacía mucho tiempo. No era nada nuevo, aunque poco conocidos.
También nosotros. Hemos descubierto la existencia teológica-humana de los opuestos. Y, pareciera, que somos los primeros. Ya sobre este camino están andando muchos. Pero, para nosotros, es nuevo. Pareciera.
Y nos ha determinado. Tanto nos ha determinado que no hemos hecho otra cosa que utilizarlo desde que lo descubrimos. A cada momento hacemos referencia a ese hallazgo, que pareciera nuestro. Pero, ya los chinos estaban utilizando la pólvora y la rueda desde hacía mucho tiempo. Otro tanto, nos está sucediendo con la aplicación del sentido teológico-histórico de las tentaciones de Jesús en el desierto. No hacemos otra cosa que acudir a lo que para nosotros es nuestro hallazgo. ¿Nuevo? Para nosotros; si.
Tanto nos ha determinado, que, ahora, no sabemos mirar los textos de los Evangelios, sino desde esa manera nueva, aparentemente, para nosotros. ¿Otros ya lo han hecho? Sin duda. Pero, déjennos, disfrutar y determinar de nuestros propios hallazgos. En eso consiste la satisfacción de saberse y sentirse descubridores. Por lo menos, déjennos morir con el engaño, que nos está haciendo tanto bien.

“Vosotros sois la sal de la tierra...” y su aplicación teológica, desde nuestros hallazgos:


Todo se ilumina desde los descubrimientos. Hay un antes y hay un después. La historia cambia, desde ese momento histórico. Se crea una línea divisoria entre el antes y el después: lo que se descubre en concreto. Desde, entonces, lo descubierto se aplica para todo y en todo. Se pone de moda.
Está de más decir, que se nos ha convertido de moda, para nosotros lo que hemos descubierto. Se viene aplicando. Tal vez, con exageración. Pero, la moda, no es otra cosa que una exageración en el uso de cualquier cosa nueva, hasta que no crezcamos para saber descubrir su uso y su utilidad, y sepamos darle el justo valor. Para eso se requiere tiempo.
Los beneficios de las modas, el uso de lo nuevo, están en que nos ayudan a facilitar las cosas que antes se nos eran fatigosas. Los celulares, por ejemplo. Se pusieron de moda y había que tener uno para estar a la par con los aconteceres modernos de la historia. No usarlo, era, estar en el antes. Todos tenían uno. Al paso del tiempo, los celulares, ya no eran moda, sino una necesidad. Nos han facilitado muchas cosas que antes nos tomaba días, tiempo y fatiga. ¿Quién no tiene uno, por ejemplo? ¿No lo ha determinado y transformado? Eso requiere algunos sacrificios para mantenerlo activo, pero es el costo de la actualización y de sus beneficios. Igual, con las computadoras.
Eso mismo se aplica con nosotros.
Apliquemos la moda, que no es otra cosa que el uso de los nuevos adelantos, que en el caso concreto, son los contenidos descubiertos en las páginas anteriores de este libro.
¿Qué hemos descubierto? La aplicación bíblica-teológica de las riquezas de los opuestos. Y la aplicación bíblica-teológica del auténtico sentido de la historia. Eso mismo nos facilitará, y nos está facilitando muchas cosas de la vida, para nuestro propio beneficio. Nos hará más fácil muchas cosas, como los celulares, las computadoras, los carros, y un sin fin de cosas nuevas, que, está de más decir, que determinan y han determinado, al punto, de depender de esos nuevos hallazgos. Por eso determinan, porque transforman y cambian al facilitar muchas cosas.
Ese descubrimiento, apliquémoslo al entresacado que queremos analizar en este capítulo. Y, que ya, nos está haciendo muy extensa su justificación.
Pero, que se nos va a hacer muy sencilla, porque sí se le aplica lo descubierto, ya el mismo entresacado está explicado desde las páginas anteriores.

Apliquemos el uso del celular: es decir, el uso de lo descubierto-inventado.
Será muy sencillo: solo marcar el número y esperar respuesta, siempre y cuando haya saldo. Y a hablar para comunicarnos que es el objetivo del aparato. ¿Muy sencillo, verdad?
Igual con el extracto del Evangelio de San Mateo. Tenemos el extracto: el celular. La condición es que tenga saldo y esté activo, si no, no se hará la comunicación. Tenemos la necesidad, por eso tenemos el teléfono; tenemos que tener saldo, es la condición.
Ya tenemos el extracto: apliquemos la tecnología. Ya tenemos el entresacado. Por sí solo, no vale, igual el celular. ¿De qué sirve tenerlo si no tiene saldo y está activo? Apliquemos la tecnología, lo descubierto para nuestro beneficio.
El teléfono: “Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.”
El saldo, es decir, la actualización y el saldo: el sentido de la historia que hemos descubierto que resalta Jesús, y nos hace re-descubrir, según los análisis anteriores de este libro. Ese es el saldo. Vamos a agotar toda la tarjeta. Vamos a comunicarnos, que es lo que se quiere. ¿Entonces, para qué el teléfono y para qué el entresacado del Evangelio de San Mateo? Para comunicarnos.
Y la comunicación tiene que ser muy fácil. Y es. Ya que si se aplica el sentido de la auténtica historia descubierto en las tentaciones de Jesús en el desierto y ratificado en la alianza de los herodianos y lo fariseos, Jesús, nos está diciendo, en el entresacado de San Mateo, que no olvidemos el sentido de la historia. Por eso nos está diciendo que “Vosotros sois la sal de la tierra”. Pero ser sal conservando las características de la sal. De lo contrario, “mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”.
¿No estará diciendo el Evangelista, que Jesús, nos está recordando que no se puede perder jamás el sentido auténtico de la historia? Pareciera.
Y si se sigue con la idea de la aplicación de lo descubierto, ¿no queda clarita la interpretación, que ya de por sí, nos resulta fácil?
¿Lo hemos descubierto nosotros? No. Pues ya la Iglesia lo viene aplicando desde hace mucho tiempo. ¿Qué es la Encíclica Christifidelis laici, si no, aunque teniendo de fondo inicial de relación la parábola del amo que salió a contratar obreros, a distintas horas del día, concertando con cada grupo en un denario?
¿O, sea, que era mejor leer la Encíclica citada y lo comprendíamos, de una vez por todas? A veces, no es suficiente leer esos y muchos documentos oficiales de la Iglesia. Es necesario, un poquito más. Muchas veces esos documentos se leen, y hay que leerlos. Pero, tenemos que reconocer que nos sobrepasa y no tenemos la suficiente capacidad de entenderlos a plenitud. Lo que sí es seguro, que ahora, desde estos encuentros muy nuestros, pero que son viejos, porque son la línea constante del Magisterio de la Iglesia, tal vez, podamos entenderlos un poquito más. Con toda seguridad volvemos a esos documentos, para leerlos, de nuevo y otra vez, y, entenderemos muchas cosas que ya estaban dichas y descubiertas. Se aplica la idea de la pólvora y de la rueda con lo de la China. Esa es la insistencia al recordar cuando hemos tenido la oportunidad de que no hay peligro de alejarnos de la auténtica interpretación de los textos, ya, que por caminos, tal vez, más fatigosos, pero, más gratificantes y satisfactorios, hemos llegado a lo que ya la Iglesia ha comprendido siempre. Se habla del sentido auténtico del Magisterio de la Iglesia. Todos los documentos que de él salen están enmarcados bajo la línea de la inspiración para su auténtica interpretación, de la que el Magisterio de la Iglesia, es garante. Y le asiste el Espíritu Santo.
Tampoco se trata de negar que a nosotros nos ha asistido. Porque, si no nos ha asistido, significa que hemos sucumbido en la tentación. Y, por consiguiente, hemos cambiado nuestra historia, por lo menos, con la de este libro, y, en este libro.
Pero, la prueba de que también nos ha asistido, es que llegamos a donde llegamos; y vemos que ya antes habían pasado, y hacía mucho tiempo. Hemos descubierto lo que ya estaba descubierto y enseñado en los Documentos oficiales (véase todas las Encíclicas y todos los documentos oficiales de la Iglesia).
No hay nada nuevo.
Apliquemos, al respecto, la misma enseñanza del libro del Eclesiastés, sobre la realidad de los opuestos. Pareciera ser que el libro del Eclesiastés es el libro especial de los opuestos por excelencia, según nuestros hallazgos. Dice el Eclesiastés: 1, 9-10: “Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol. Si algo hay de que se diga: «Mira, eso sí que es nuevo», aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron.
De allí, que no está en peligro la fe. Por lo menos, no debería estarlo. Ni siquiera en su más mínima sospecha. Lo que ha movido ha sido siempre la fe. Nunca su duda, sino su comprensión. Y, ahora, con elementos convincentes y coherentes para nuestros limitados entendimientos.
Lo que sí queda claro, que ahora, los documentos como las Encíclicas, van a tener mejor comprensión, porque como hemos caminado mucho, tal vez, para llegar al mismo destino: la comprensión. Con toda seguridad, la Encíclica sobre el Espíritu Santo, Dominum et vivificantem, va a tener nuevos sabores, porque no nos habríamos percatado de detalles, que, desde ahora, tal vez, estemos en alguna poquita más de capacidad. No se sabe. Hay que volver a leerlos. No hay alternativa. Ahora, es un imperativo existencial para nuestro propio provecho.

No queda, más que decir y aplicar que la misma metodología aplicada con la comparación del teléfono, a la siguiente idea del entresacado del Evangelio de San Mateo: “Vosotros sois la luz del mundo”.
¿Qué decir que ya no esté dicho? ¿Cómo no aplicar lo que hemos aprendido y encontrado hasta ahora, a esta cita, y, a todas las posibles citas de los Evangelios?
En el caso de que apliquemos lo de los opuestos, que nos ha sido tan útil, a esta dos sub-citas del Evangelio de San Mateo, tenemos que decir y repetir que se dan la realidad de los opuestos. Veamos: vosotros-mundo (entendiendo por mundo ellos, los del mundo); vosotros (luz)-mundo (tinieblas). Y en el caso de la sal, también: sal-tierra, sal-desvirtuar (si pierde sus propiedades).
¿Qué queda de esas relaciones? ¿Qué se desprende de esas relaciones de esos opuestos encontrados en las dos sub-citas del Evangelio de San Mateo? Queda: luz, sal de la tierra, para dar sabor.
¿Y cual es la permanente? La historia. Ser lo que cada cual es en su rol, sin perder el rumbo ni el camino.
Vuelve a repetirse la constante de la historia y de la que Jesús es su constante referencia en los Evangelios. Y en la que San Mateo, vuelve a insistirnos: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
¿Cuál cumplimiento? La de la historia. En el caso de Jesús, la suya propia, y, en el caso nuestro, la nuestra. Sólo así se dará fiel cumplimiento a la Ley y a sus Profetas, que no es abolida, sino confirmada, en Jesús, y, en nosotros. Pero historias que no son sino la misma: humano-teológico. Porque la grandeza de lo teológico está en que está, en la relación a los opuestos, como el elemento de la relación.

No es teológico-teologico. Tampoco humano-humano. No hay opuestos. Y no hay elementos de relación. Si fuera humano-humano, faltaría la clave, que es la fe. Entonces se acabarían las posibilidades de las preguntas. El hombre estaría sin sentido en la historia. Nos libre Dios, de semejante atrocidad (cfr. página 98 y siguientes). Igual si fuese solamente teológico-teológico: ¿en qué se beneficiaría Dios? Pero la gloria a Dios, no es otra cosa que el hombre tenga paz. Y la paz del hombre está representada y es el mismo Jesús, confirmado por el Espíritu como habíamos ya señalado en su oportunidad (el primer capítulo).

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